
En la nueva economía del cambio, las empresas que sobreviven no son las que recortan más rápido, sino las que reorganizan con inteligencia. Aprender a rediseñar sin despedir es hoy una competencia estratégica de liderazgo.




La inversión en tecnología y el aumento de la carga laboral no garantizan más productividad ni mayor compromiso. Expertos de Mercer y Cigna coinciden en que la solución exige cultura organizacional, reconocimiento y liderazgo positivo.
Desarrollo organizacional03/10/2025
RedaccionEn la era de la transformación digital surge una contradicción creciente. Muchas compañías despliegan herramientas de automatización e inteligencia artificial pero no logran un incremento proporcional en la productividad, de cara a esto Montserrat Tielve, directora de Transformación de Mercer México, junto con Luis Saldaña, director de Compensación Ejecutiva Integral, y Fernando Vélez, líder de Transformación de Mercer Chile, advierten que la implementación de soluciones tecnológicas sin un cambio cultural y estratégico puede convertirse en una inversión en vano.
Según los especialistas de Mercer, la verdadera productividad trasciende medidas tradicionales como horas trabajadas o volumen de producción. Lo decisivo es la capacidad de las organizaciones para aprender, adaptarse y evolucionar. Esto exige revisar métricas, alinear incentivos y apostar por culturas ágiles, resilientes y orientadas al aprendizaje continuo.
La segunda mirada proviene de Cigna Healthcare. El estudio Cigna International HealthStudy muestra que solo el 45% de los empleados españoles se siente comprendido por sus superiores. Además, apenas el 13% recibió un aumento salarial por méritos en el último año y solo el 6% obtuvo una propuesta de ascenso pese a asumir responsabilidades adicionales. Estos datos revelan un déficit de reconocimiento que erosiona el engagement y agrava el riesgo de fuga de talento.
Amira Bueno, directora de recursos humanos de Cigna Healthcare España, sostiene que transformar las dinámicas de liderazgo exige más que formación. Afirma que es necesario revisar los comportamientos que validan los sistemas de reconocimiento y promoción. Más allá de impulsar resultados, un liderazgo positivo debe construir relaciones basadas en respeto, empatía y propósito compartido, con medidas concretas que protejan el equilibrio personal y promuevan la sostenibilidad de los equipos.
Ambas perspectivas convergen en un punto decisivo. Ni la tecnología por sí sola ni el incremento de la carga laboral sostendrán la productividad si no existen culturas que reconozcan y desarrollen al talento. La urgencia es doble, por una parte las organizaciones deben adaptar sus métricas y sus incentivos. Por la otra deben fortalecer liderazgos que traduzcan el esfuerzo en desarrollo y pertenencia.
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En la nueva economía del cambio, las empresas que sobreviven no son las que recortan más rápido, sino las que reorganizan con inteligencia. Aprender a rediseñar sin despedir es hoy una competencia estratégica de liderazgo.