Cuando el autocuidado no se aprende: el caso D1 y el reto pendiente en la seguridad laboral

La clausura de la tienda D1 en Engativá, tras una inspección del Ministerio de Trabajo, volvió a poner bajo el reflector el estado de la Seguridad y Salud en el Trabajo (SST) en Colombia. Sin embargo, esta vez el debate no solo debe girar en torno al incumplimiento empresarial o a la debilidad institucional, sino a una verdad incómoda: el sistema también falla cuando los trabajadores no son formados para asumir su rol como guardianes de su propia seguridad y las del lugar de trabajo , con solo notificar un Hallazgo , hace la diferencia , la pregunta es “ Saben los trabajadores como hacerlo? “.

Sí, las empresas están obligadas a implementar sistemas de gestión que velen por ambientes laborales seguros. Y sí, muchas veces lo hacen desde una visión formalista, pensando en auditorías más que en bienestar. Pero sería injusto desconocer el esfuerzo real que muchas organizaciones hacen por cumplir, invertir, y educar, encontrándose con una barrera que pocos se atreven a señalar: la baja apropiación del autocuidado  que se transmite en las capacitaciones tradicionales como parte de la cultura laboral, no llegan a interiorizar en los trabajadores . 

Autocuidado: el eslabón más débil del sistema

En múltiples industrias, es común encontrar planes de emergencias actualizados, elementos de protección entregados y procedimientos documentados… pero sin aplicación. Cascos colgados, guantes sin usar, protocolos ignorados o reportes de incidentes que nunca se diligencian. No porque no existan, sino porque no se interiorizan.

“La cultura del cuidado no se impone con formatos ni con charlas de media hora. Requiere conexión emocional, conciencia real del riesgo y responsabilidad compartida. Eso no se logra sin pedagogía transformadora”, afirma Sandra Mateus , especialista en cambio organizacional y formadora corporativa.

Y esa pedagogía, lamentablemente, escasea. Mientras las normas avanzan, los métodos de enseñanza permanecen anclados en la repetición de decretos, en capacitaciones pasivas, y en auditorías que parecen más exámenes que procesos de mejora.

Empresas que sí quieren hacer las cosas bien

Muchas organizaciones —incluso las más señaladas— no operan desde la negligencia deliberada. Lo hacen desde la presión, el desconocimiento o la imposibilidad de controlar todos los frentes, porque en un sistema con miles de trabajadores y cientos de variables operativas, un desliz en cultura preventiva puede derivar en una tragedia.

“Nosotros capacitamos, señalizamos, hacemos simulacros. Pero si un trabajador no activa la alarma, si decide levantar una carga sin ayuda, si ignora una fuga porque ‘ya es normal’, el sistema se rompe”, asegura Ruth Ortiz, directora de CEI Consultoría  “Lo que nos falta no es más norma, es más corresponsabilidad”.

El juego como puente entre la norma y la acción

Precisamente por esto, una nueva ola de formación está surgiendo en Colombia. Cursos que integran gamificación, simulación y experiencias inmersivas están demostrando que la transformación cultural no se decreta: se construye desde la emoción, la participación y el sentido.

“El error ha sido pensar que la seguridad es asunto de expertos. No. La seguridad es asunto de todos y  para que eso ocurra, hay que enseñar distinto”, explica Ruth Ortiz, quién en conjunto con la consultora y experta en facilitación lúdica Sandra Mateus,  han construido programas para enseñar estas técnicas a consultores y profesionales de SST y preparan el primer taller abierto a todos para el segundo semestre del año. 

Este tipo de programas, que ya han comenzado a implementarse en sectores como manufactura, logística y retail, convierten al trabajador en protagonista, no en oyente. Retan, conectan, emocionan. Y sobre todo, ayudan a transformar el chip de que cuidar la vida no es una orden: es una elección diaria.

Un cierre que debe abrir los ojos

Lo ocurrido en la tienda D1 no fue solo un cierre parcial: fue un espejo. Uno que muestra que, por más manuales y leyes, si el trabajador no está verdaderamente capacitado para ser parte activa del sistema, el riesgo persiste.

Es hora de dejar de señalar con un solo dedo y empezar a usar toda la mano: la de las empresas que sí quieren hacer bien las cosas, la del Estado que debe fortalecer su presencia, y la de los trabajadores que deben asumir su rol como primeros respondientes de su propia vida.

Porque un sistema que solo funciona cuando ocurre una tragedia no es un sistema: es una ruleta.
Y en esa ruleta, como lo demostró el cierre de D1, todos —trabajadores, empresas y Estado— terminamos perdiendo.